martes, 1 de octubre de 2013

peregrinar





137.

"La Edad Media, ese mundo mítico inacabado que tenía su perfección fuera de sí mismo, es el momento en el cual, el tiempo cíclico, que hasta entonces regulaba la parte principal de la producción, comienza a ser erosionado por la historia. A todos los individuos se les reconoce una cierta temporalidad irreversible (en la sucesión de las edades de la vida, en la vida considerada como un viaje, como una transición sin retorno por un mundo cuyo sentido está en otra parte): el peregrino es el hombre que abandona este tiempo cíclico para convertirse efectivamente en ese viajero del cual cada uno es signo."

"La vida histórica personal encuentra siempre su cumplimiento en la esfera del poder, en la participación en las luchas por el poder y en las disputas del poder.; pero, bajo esta unificación general del tiempo orientado de la Era Cristiana, el tiempo irreversible del poder está infinitamente dividido en el mundo de la fe armada, un mundo en el cual el juego de los Señores gira alrededor de la fidelidad debida y de su traición".

"La sociedad feudal, nacida de la convergencia entre "la estructura organizativa del ejército conquistador tal y como ésta se desarrolla durante la conquista" y "las fuerzas productivas existentes en el país conquistado" - y aquí, el lenguaje religioso debe considerarse como una parte de la organización de esas fuerzas- dividió la dominación social entre  la Iglesia y el poder estatal, subdividido a su vez en las complejas relaciones de señoríos y vasallaje de los poderes territoriales y de los municipios urbanos".

"En esta diversidad de posibilidades de vida histórica, cuando la gran empresa oficial de aquel mundo fracasó en las Cruzadas, el tiempo irreversible, que inconscientemente se desplegaba en las profundidades de la sociedad, ese tiempo experimentado por la burguesía en la producción de mercancías, en la fundación y expansión de las ciudades y en el descubrimiento comercial de la Tierra - la experimentación práctica que destruye definitivamente toda organización mítica del cosmos-, ese tiempo, pues, se reveló paulatinamente como el trabajo ignoto de la época".

Guy Debord, La Sociedad del Espectáculo. Pretextos, 2012

pepe

martes, 8 de enero de 2013

una vez lloré mi pena y acabó en un montón de basura


Una vez lloré mi pena y acabó en un montón de basura.
 
Casi lo había olvidado, pero los empleados de la limpieza del Hospital General de Alicante vuelven a estar en huelga -no les pagan, no limpian- y ese recuerdo amargo ha vuelto a mí como un dardo atravesándome todo el pecho.
 
Una vez fue domingo y diciembre y hace un año y a primera hora de la mañana. Los empleados de la limpieza del hospital no cobraban, por tanto, no limpiaban. La basura se extendía por los pasillos, formaba regueros de vasos, papeles, gasas, compresas usadas y mondas de frutas que se pudrían en el suelo frío. Hacía más de una semana que nadie limpiaba. Olía mal. En cada planta habían puesto un Belén con motivo de las fiestas. La triste imagen de un paciente en bata entre la inmundicia acercándose despacio a la figura del Niño compuso mi estampa más navideña.
 
Mi madre tenía cáncer.
 
Ahora lo digo como si digo cualquier otra cosa que forme parte de la vida por la que peleo: mi madre tiene cáncer, hoy vamos a comer arroz, qué dulce es este sol de invierno. Pero, por entonces, había empezado a decirlo de una manera un tanto robótica -mi madre tiene cáncer, mi madre tiene cáncer, mi madre tiene cáncer...-, diría que casi sin ser consciente de lo que, en realidad, estaba queriendo decir: mi madre tiene cáncer. Lo decía porque el médico me lo había dicho y yo tenía que comunicárselo a los demás. Sin poder pensar demasiado, sin querer pensar demasiado. Mi madre tiene cáncer, decía, el hospital está lleno de basura.
 
Los domingos por la mañana, los hospitales, si es que puede decirse algo así de los hospitales -no hay consultas médicas, las visitas no empiezan hasta la tarde- , son un lugar tranquilo. Joyce Mansour escribió: "Los pasillos son las venas del hospital". El cuerpo de mi madre, por dentro, era como el cuerpo, por dentro, del hospital, como sus pasillos: estaba sucio. La habitación de mi madre la limpiábamos nosotros y los familiares de su compañera. Nuestra lucha empezó así: con una fregona, con una bayeta empapada en agua. Para los empleados de la limpieza, en cambio, fue necesario dejarlas a un lado para que alguien escuchara, por fin, su protesta, para que les fuera devuelta la dignidad que les habían arrebatado y que, como trabajadores, merecían por derecho. Todos los días se concentraban a las doce en la puerta principal. 

Cuando podía, yo también acudía y me solidarizaba con ellos. Sin embargo, ir a mear me daba arcadas. Por qué bajas a hacer bulto, me dijo una día la hija de la compañera de habitación de mi madre, si luego entras al baño y te hacen vomitar de tan guarro como lo están dejando, si luego tú misma te dedicas a limpiar todo lo que a ellos no les da la gana, importándoles un pito que esto esté lleno de enfermos. Después de aquello, pensé: el mundo se está yendo a la mierda.
 
Lo pensé así, como un robot: el mundo se está yendo a la mierda, mi madre tiene cáncer, el mundo se está yendo a la mierda, mi madre tiene cáncer...
 
Una vez fue domingo y diciembre y hace un año y a primera hora de la mañana. Yo llegaba al hospital para relevar a mi padre. Había tanto silencio humano a mi alrededor -en apariencia, los hospitales los domingos por la mañana son un lugar tranquilo-, que, para quebrantarlo, la basura esparcida por los pasillos empezó a chillar como las ratas. Me derrumbé.
 
Una vez lloré por mi madre y por el mundo y todo acabó en un montón de basura.
Mi madre sigue peleando día a día, los empleados de la limpieza del Hospital General de Alicante, también. Hay quienes se encargan de contraponerlas, yo diría que son luchas que van cogidas de la mano.

Alba Ceres Rodrigo 


pepe
 

miércoles, 2 de enero de 2013

cave canem, un poema inédito de luis melgarejo



                                   
Dentro de un perro, sí,
                                   
dentro de un perro caben
mordiscos, obediencia, ladridos, desamparo,
carlancas, madres, lobos, costillares,
cadenas herrumbrosas, candados antiquísimos,
la luz esa que alumbra la infancia en la memoria y
tiritañas raídas por la friega del hambre,
la certeza del pienso y
                                                             
                                                                      cabe el odio y la paz,

las raigambres profundas de la dicha más lenta,
los orines calientes del mozuelo humillado,
la divisa del miedo, los linderos del mundo,
el desguace infinito del motor de la furia,
las pupilas vidriosas que asolan las cunetas
de los caminos rectos y el insomnio,
las lonjas, las aduanas, los montes de piedad,
las cuevas cuando el fuego era un milagro,
alijos, malas pulgas, el pudor,
los zurdos y los diestros, escrutinios,
nitrógeno, potasio, cariño y mucho fósforo y
la osamenta pelada de un gallo de pelea
y un sigilo entre jaras y una asfixia de siglos
y estos nudos que aprietan como aprietan mis puños
el doble corazón de las urgencias
que late en la espesura y
                                                                  

                                                                  también caben los soles,

el cáncer, odaliscas, las sobras, lo caduco,
tus manos, nuestras vidas, mis clavículas,
los cerros, los furtivos, la sed, la burocracia,
el tuétano de un fémur de los de relicario,
miserias, emboscadas, braseros, azadones,
la soledad feliz, el yugo, confidentes,
los jornales manchados de sangre compañera,
la escarcha en el verdín de los estanques,
los golpes, las palabras, el silencio,
los tristes uniformes de un ejército firme,
punzones, maceteros, artilugios modernos
que parece que sirven para viejos quehaceres,
la lógica del jueves, lo amargo de estas vísceras,
condenas, dentelladas, apuros, callejones
y hermosas tachaduras mucho más verdaderas
que lo escrito al dictado del anhelo imperial
y el solsticio de invierno y las cerezas maduras
y el azar y la industria y
                                                               

                                                                       caben canes, canicie,

canículas de asfalto y podredumbre,
pistones, cartapacios, escorzos, nervios, censos,
las cosas sin sus nombres, la lengua que se da,
el mar, las motosierras, el vértigo, los rabos,
la piel de los membrillos, los líquenes graníticos,
la tierra apisonada, pereza y mansedumbre,
quinquenios, maquis, dudas, las perreras,
desórdenes, cuarteles, coltán, la numismática,
trescientas biblias coptas, el precio de la carne,
cabriolas, garrapatas, la raza y el moquillo y
la voluntad del amo y
                                                            

                                                                     también cazuelas, llagas,

laúdes, pedigríes, chilabas, desconcierto,
hollín, balates, yunques, gatos, sogas,
pinceles, hemiciclos, olvido, longanizas,
susurros, diagonales, microprocesadores,
el fiel de la balanza trucada de los justos,
la mística, la leña, sudor, fideicomisos,
las sonrisas sinceras, las mentiras piadosas,
el jazz, la levadura, lo falaz,
las florecillas blancas de las papas,
la pólvora, los trenes, pequeñas alegrías,
neblina, vecindades y más de cinco mil
cadáveres anónimos según la luz que arrojan
los datos más recientes relativos
a las fosas comunes de desaparecidos
de esta provincia nuestra.                   
                                                                       
                                                                      Dentro de un perro, sí.

Dentro de un perro cabe la historia verdadera.

Luis Melgarejo

(inédito)

en http://www.culturamas.es/blog/2013/01/02/luis-melgarejo/

pepe

martes, 25 de diciembre de 2012

nadienka



Varias semanas leyendo a Nadia Mandelstam. Nadiezhda en ruso significa esperanza. "¿Porqué me habrán dado el nombre de Nadiezhda en los umbrales del nuevo siglo, al comienzo mismo del fratricida siglo XX?, se pregunta. "Nadie estrechará tu mano, no lo esperes...Nadie te saludará al verte...no lo esperes". "¿Qué podía esperar? No se puede vivir sin esperanzas, pero pasábamos de una esperanza fallida a otra".

Contra toda esperanza es el título de las memorias de una mujer que sobrevivió al horror demente de una época marcada por la huida, la delación, la cárcel y el aislamiento físico junto al poeta Òsip Mandelstam, su pareja durante 40 años, quien -después de crear una de las obras mayores de la poesía rusa del siglo-, firmó a plazos su sentencia de muerte por escribir un poema satírico sobre el padrecito Stalin.

"La poesía siempre precede a la prosa y, en más de un sentido, así fué la vida de Nadiezhda Mandelstam, -escribe Joseph Brodsky en Obituario, el prólogo al libro-. Brodsky la conoció en el invierno del 62, cuando la escritora, ya con 65 años, terminaba la recapitulación escrita de su propia vida. "Como escritora, y también como persona, ella fué la creación de dos poetas a los que su vida estuvo inexorablemente ligada: Mandelstam y Ana Ajmátova. Y no sólo porque el primero fué su marido y la segunda su amiga de toda la vida". En aquel entonces "el papel, dicho en general, era peligroso. Lo que reforzaba los lazos de ese matrimonio, así como los de esa amistad, era un tecnicismo: la necesidad de confiar a la memoria lo que no podía ser confiado al papel, como eran los poemas de ambos autores".

Aquel tiempo de persecución y barbarie se convirtió en una época pre-Gutenberg. La palabra, cercenada en cuanto que nombraba la realidad insufrible, era aplastada bajo el barro helado. "Si hay algún sustituo para el amor, es la memoria. Memorizar, pues, es restaurar la intimidad (...) Así, "gradualmente, los versos de aquellos dos poetas pasaron a ser su mentalidad, se convirtieron en su identidad. Le suministraron no sólo el plano y el ángulo de visión; más importante aún, fueron su norma lingüística". Por ello, "sus memorias son algo más que un testimonio de su época; son una visión de la historia a la luz de la conciencia y la cultura", en palabras de Brodsky.

Huyendo de ciudad en ciudad, en habitaciones y cuartos miserables, viviendo durante años una existencia de escasez extrema, literalmente un fantasma en vida a centenares o miles de kilómetros de la ciudad más cercana y ganándose la vida como profesora temporal de inglés o traductora ocasional, Nadiezhda Mandelstam ahormó los frágiles mecanismo de su memoria para construir una obra de claridad implacable. Creo que este es un libro que deja constancia del valor de aquello que no está escrito en parte alguna, que ocupa un hueco sordo del tiempo y el espacio atormentados, desde el momento en que una superviviente criatura humana, "una -aparentemente- débil mujer de 65 años resulta ser capaz de retrasar, sino de impedir a la larga, la desintegración cultural de toda una nación".

Quiero seguir leyendo sus memorias durante estos días. Así compensaré el obligatorio período de pereza social que cada año se nos viene encima con su lastre espumoso de caritativa hipocresía. Quizá me haga más fuerte para lo que se avecina. Seguiré subrayando con lápiz negro párrafos enteros como éste: "La pérdida de la confianza recíproca es el primer indicio de la quiebra de la sociedad bajo una dictadura (...) y esto es, precisamente, lo que tratan de conseguir nuestros dirigentes". Y para no mentirme.

pepe

martes, 11 de diciembre de 2012

hallar una hendidura

 (c) germán herrera


Hallar una hendidura, hundir la mano en ella y multiplicar su fragilidad, multiplicar la fragilidad de la hendidura. Hallar una hendidura y hallar mis manos, la mano frágil que hundo en la hendidura, la mano que multiplica la fragilidad de la hendidura, la mano alcanzada y la mudez. Hallar una hendidura y hallar mis manos, hallar un sonido o un veneno, hallar una posibilidad y traspasar la pureza, traspasar la pureza y el asombro, no limitarse a la pureza ni al asombro, hundir la mano en la hendidura, sacar la materia en la hendidura, comer materia, materia hallada y frágil, materia y posesión. Traspasar la pureza y hundir la mano en la hendidura hallada, traspasar el asombro y sacar materia, desposeer la hendidura, multiplicar la fragilidad de la hendidura, multiplicar la mano y el peso, seguir sacando materia. No parar de sacar materia, agotar el sonido, agotar el veneno y los ojos, las provisiones y el centro, la desconfianza y el amor, comer materia, la mano y la materia, la hendidura y la materia, la posesión y la desposesión, lo hallado. Agotar la hendidura hallada, poseer la materia de la hendidura hallada, poseerla hasta que se gaste, hasta que las manos sean impuras, hasta que la mano que hundí en la hendidura sea impura, hasta que la mano sea tejido y fragmento, todos los venenos, la materia, la resina, la fragilidad. Poseer la materia hasta que ya no quede materia, hundir la mano en la hendidura y que ya no quede nada que extraer, sólo lo irrecuperable, sólo el aliento y la maternidad, la finitud de la materia, la finitud de la hendidura. Gastar la hendidura que hallé, gastarme, agotar la mano que hundí en la hendidura, agotar la fragilidad, agotar la materia, llegar al límite de la posesión y de la impureza, mirar como si quemaran los ojos porque te estoy mirando y los ojos queman, porque agoté la hendidura, agoté la mano que hundí en la hendidura. Hallar la hendidura agotada, la mano agotada, la materia agotada, y en el gasto, en el desgaste, dar comienzo a la definición, en la no materia, en la no mano, en la no hendidura, dar comienzo a la definición.



 
Ana Hidalgo, Hallar una hendidura (2010).

pepe

jueves, 29 de noviembre de 2012

¡oh platko, platko / tú tan lejos de hungría!



Llovía en Santander aquella tarde. Las camisetas pegadas al cuerpo, los largos calzones pegados a los muslos aumentaban el esfuerzo y la intensidad con la que se disputaba la final de la Copa del Rey. Era un 28 de mayo de1928. Franz Platko bajo los palos. Walter y Mas forman la defensa azulgrana de dos. Guzmán, Castillo, Carulla los medio centros, y una delantera formada por cinco hombres, Piera, Sastre, Arocha, Forns, Parera y Samitier. Un planteamiento impensable para el más valiente de los entrenadores actuales. Arrillaga, Zaldúa. Labarta Arizcorreta, Bienzobas, Mariscal, “Cholín”, “Kiriki” y Yurrita formaban el once donostiarra. El partido resultó muy igualado, con alternancias en el domino del juego y en las ocasiones. No hubo goles en el primer tiempo. En la segunda parte, el FC Barcelona se adelantaría en el minuto 53 con un gol de Samitier. 30 minutos exactos tardaría Mariscal en empatar el encuentro. El resultado ya no se movería hasta el final de la prórroga. Un segundo partido debería disputarse para el desempate, según el reglamento de la época.
 
Allí fuí con Cossío”, escribe Rafael Alberti en el primer volumen de su Arboleda Perdida (Alianza Editorial, vol I, p 294). Un partido brutal, el Cantábrico al fondo, entre vascos y catalanes. Se jugaba al fútbol, pero también al nacionalismo. La violencia por parte de los vascos era inusitada. Platko, un gigantesco guardameta húngaro, defendía como un toro el arco catalán. Hubo heridos, culetazos de la Guardia Civil y carreras del público. En un momento desesperado, Platko fue acometido tan furiosamente por los del real que quedó ensangrentado, sin sentido, a pocos metros de su puesto, pero con el balón entre los brazos. En medio de ovaciones y gritos de protesta, fue levantado en hombros por los suyos y sacado del campo., cundiendo el desánimo entre sus filas al ser sustituido por otro.
Ese otro era Ramón Llorens.
 
El mismo Alberti escribiría en su Oda a Platko:
(…) Nadie se olvida, Platko
Volvió su espalda el cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas, sin viento
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por tu sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto
temieron las insignias. (...)

Sigue Alberti recordando qué sucedió durante aquellos largos 90 minutos: “Mas cuando ya el partido estaba tocando a su fin, apareció de nuevo Platko, vendada la cabeza, fuerte y hermoso, decidido a dejarse matar. La reacción del Barcelona fue instantánea. A los pocos segundos, el gol de la victoria penetró por el arco del Real, que abandonó la cancha entre la ira de muchos y los desilusionados aplausos de sus partidarios. Por la noche, en el hotel, nos reunimos con los catalanes. Se entonó “Els Segadors” y se ondearon banderines separatistas. Y una persona que nos había acompañado a Cossío y a mí durante el partido, cantó, con verdadero encanto y maestría, tangos argentinos. Era Carlos Gardel.

Rafael Alberti comete, a pesar de su excelente relato, algún error de precisión. En su memoria se confunden el dramatismo de la violencia en el terreno de juego con la supuesta épica de una remontada azulgrana. Le bailan las fechas y algunos detalles. El gaditano omite en sus memorias que fueron necesarios tres partidos para poder decidir qué equipo sería el campeón definitivo. Según los datos oficiales consultados de la época, confunde el resultado final del partido con la remontada del segundo y la clara y definitiva victoria del Barcelona en el tercero.

Así, el 22 de mayo se celebraría un segundo partido de desempate ya con Ramón Llorens en la portería y Platko en la grada, recuperándose del fuerte golpe en la cabeza al evitar un gol cantado de la Real Sociedad. En el mismo escenario de El Sardinero, Kiriki adelanta a los donostiarras en el 32 de la primera. En el segundo tiempo, transcurrido el minuto 69, Piera daba el empate al FC Barcelona y forzaba, al llegar con el mismo resultado al final de la prórroga, un tercer en encuentro. Había sido un duro partido, con dos expulsados, Guzmán del Barcelona y Cholín de la Real. Varias semanas tardarían en ponerse de acuerdo en el lugar y hora de la tercera y definitiva fecha.

Una crónica basada en fuentes de la época sobre ese tercer partido nos relata:
Se decidió que el encuentro final debería de jugarse el 29 de junio en la misma sede de los otros dos encuentros. Así el día acordado amaneció con un cielo despejado y una muy buena temperatura que se mantendría durante todo el día. El campo mostraba una muy buena entrada que rozaba el lleno. Al igual que con el tiempo el partido discurrió de manera distinta a los anteriores. Los conatos de juego duro y violento fueron cortados desde el principio por el árbitro y, aunque expulsó a Carulla y Mariscal por agresión mutua (65´), el partido en general discurrió por otro derroteros. Además también fue diferente en lo concerniente a la igualdad, ya que para cuando el colegiado había pitado el fin de la primera mitad, el encuentro marchaba ya con un claro 3 a 1 (1-0 Samitier (8') 1-1 Zaldúa (16') 2-1 Arocha (21') y 3-1 Sastre (25') para el Barça, resultado que se mantendría inalterado hasta el final del encuentro.

No dudo que Alberti estuviera aquella noche con la hinchada catalana observando aquella manifestación de Patria y Deporte. Me pregunto cómo pudieron celebrar la victoria antes del segundo y tercer partido, o si Alberti no se quedó al final del partido y confundió quizás una manifiestación patriótica de unos cuantos con las reservas calladas de los jugadores y directivos; y mi imaginación osada desea un relato sonoro de aquél acontecimiento, con Gardel cantando en catalán, haciendo estallar el delirio en la noche santanderina. Quizás Buñuel grabándolo todo y escribiendo cartas con envidias a Dalí.
 
Nadie sabe por qué tampoco se ha resuelto el misterio del poema que con aquella misma fecha titulara Jorge Luis Borges el relato de las últimas horas de un suicida:

Poema Mayo 20. 1928.
Ahora es invulnerable como los dioses.
Nada en la tierra puede herirlo, ni el desamor de una mujer, ni la tisis, ni las ansiedades del verso, ni esa cosa blanca, la luna, que ya no tiene que fijar en palabras.

Camina lentamente bajo los tilos; mira las balaustradas y las puertas, no para recordarlas.
Ya sabe cuántas noches y cuántas mañanas le faltan.
Su voluntad le ha impuesto una disciplina precisa. Hará determinados actos, cruzará previstas esquinas, tocará un árbol o una reja, para que el porvenir sea tan irrevocable como el pasado.
Obra de esa manera para que el hecho que desea y que teme no sea otra cosa que el término final de una serie.
Camina por la calle 49; piensa que nunca atravesará tal o cual zaguán lateral.
Sin que lo sospecharan, se ha despedido ya de muchos amigos.
Piensa lo que nunca sabrá, si el día siguiente será un día de lluvia.
Se cruza con un conocido y le hace una broma. Sabe que este episodio será, durante algún tiempo, una anécdota.
Ahora es invulnerable como los muertos.
En la hora fijada, subirá por unos escalones de mármol. (Esto perdurará en la memoria de otros.)
Bajará al lavatorio; en el piso ajedrezado el agua borrará muy pronto la sangre. El espejo lo aguarda.
Se alisará el pelo, se ajustará el nudo de la corbata (siempre fue un poco dandy, como cuadra a un joven poeta) y tratará de imaginar que el otro, el del cristal, ejecuta los actos y que él, su doble, los repite. La mano no le temblará cuando ocurra el último. Dócilmente, mágicamente, ya habrá apoyado el arma contra la sien.
Así, lo creo, sucedieron las cosa
Como díjo el bueno de Johan : Fútbol es fútbol.


Manuel Futbolaguirre (poeta)
 
Fuentes:
La arboleda perdida,1 Primero y Segundo libros (1902-1931). Rafael Albert. Alianza Editorial.

 http://obarbarie.blogspot.com.es/2012/11/oh-platko-platko-platko-tu-tan-lejos-de.html

pepe

lunes, 19 de noviembre de 2012

también el corazón de boris vian era una rosa enferma



También el corazón de Boris Vian era una rosa enferma.
Venia cada noche a nuestras largas sobremesas, porque nos conocía muy bien
como el cuchillo de eviscerar conoce el intersticio de luz
en el vientre del pescado,
también Vian conocía la teología de los peces
y de los centauros y de las bicicletas, porque fue él
quien le dejó la moneda a Rimbaud cuando se le cayó su primer diente de leche.
Es cierto, Boris, quién conoce su corazón está enfermo
pero también el que arroja su tristeza en la boca del pescado,
como una moneda de hielo dentro de una valija de fuego,
o los que tienen el oscuro oficio de sacrificar a los caballos heridos.
Sí Boris, tuvimos amigos y heridas y amigos heridos,
quizá ahora pueblen los jardines que crecen
en esos mismos corazones que se negaban a bombear la sangre de los que fuimos
sí también tuvimos padres
y un nombre que preferimos olvidar a cada instante.
Ahora que te conozco bien, ya no compartimos nada
y si nos encontramos algún día en el mercado o quizás en la parada de bus,
es casi un milagro, eso que compartimos ahora que estamos juntos
y que ya no necesitamos el uno del otro
porque después del segundo suicido o del tercero,
es mejor acostúmbranos al oficio de sacrificar a los pobres caballos heridos,
a las rosas enfermas.


Nilton Santiago.  "La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad" 
II Premio Interbacional de Poesía Joven Fundación Centro de Poesía José Hierro

pepe